Espacios

 
Jonás se llamaba y, como todos o como nadie, todo él era un enorme cetáceo por todo lo que llevaba dentro.  Cavilaban todas las figuras significativas que deambulaban en su estómago.  Recuerdos, heridas, remembranzas, bellos momentos.  No podemos seguir aquí atascados, se decían unos a otros.  Todos estaban de acuerdo en esto, sin embargo ninguno podía simplemente irse.  Había un recuerdo de su madre perdida que seguía ahí aferrándose a curar su acidez provocada por el estrés.  Las imágenes de su boda y sus primeros felices días con su mujer le matizaban el dolor que la úlcera gástrica le provocaba.  Y así sucesivamente.  El mismo Jonás a veces platicaba con sus órganos y les pedía disculpas por la sobrecarga de trabajo o les agradecía sus labores siempre puntuales y eficaces.  Su corazón le parecía particularmente encomiable.  Siempre en lucha constante con el sistema nervioso.  La sangre fluyendo y la electricidad tronando aquí y allá. 
 
A veces Jonás se daba cuenta de que él -es decir, su esencia- no estaba en ninguno de sus órganos.  En esos momentos, cuando flotaba en el aire sin ver hacia atrás o sin permitir algún sentimiento físico, se sentía ciertamente Jonás.  Volaba entonces.  De repente una serie nueva de etéreos apéndices a manera de enormes remos brotaban de entre sus aletas de ballena y todo se convertía en simplemente puro.  No olvidaba nada, pero tampoco lo recordaba.  Su cuerpo estaba en paz:  la úlcera, los pequeños coágulos en sus venas, el atisbo hereditario de artritis que nunca se le desarrollaría por completo sólo por ser hombre, el callo que se estaba convirtiendo en piedra en la planta de su pie izquierdo, el dolor recurrente en sus oídos.  Todo él era un papelito ingrávido con forma de ballena espermática. 
 
Cuando Jonás estaba en paz, algunos de sus recuerdos se agenciaban boletos sin retorno al olvido.  Alzaban sus manitas de mil formas y tersuras como si fueran anticuadas vírgenes solteras brincando para alcanzar el ramo que la novia recién lanzara.  Decían "¡yo! ¡yo!"  Y al final algunos se iban, dejando espacios vacíos para que los demás llenaran a su discreción, y otros se quedaban sumidos en envidias y disparidades.  Enviaban mensajes al cerebro que decían "¡aquí estamos todavía!"  Y el dolor comenzaba nuevamente.  Jonás volvía a su letanía de achaques y medicinas sin receta, y la paz era extrañada, añorada como se necesita de la belleza cuando no está.
 
Hasta que un día llegó el cáncer y todos, todos los órganos sin excepción, comenzaron a temer su pronta invasión.  El estómago murió y con él murieron todos los demás órganos y así fue como murió Jonás.  Sin más que decir.  Como todos.  Como nadie.  Su último pensamiento fue un sentimiento, de hecho.  Un momento de comunión de su cuerpo en el que todos los momentos, recuerdos, experiencias, maquinaciones, sentires e imágenes de su vida se conjuntaron para decir " "
 
 

Acerca de Hugo Dragón

Amo escribir, y el poco tiempo que tengo para hacerlo lo vivo intenso. De ahí la estructura corta de mis relatos. Algún día aprenderé a promocionarme...
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3 respuestas a Espacios

  1. Unknown dijo:

    Orale buen escrito, me hizo pensar en muchas cosas, deja digerirlo.

    Buena semana.
    Saludos.

  2. Carlos dijo:

     
    Orale….
     
    Parece que padecer insomnio estimula la creatividá…
     
    Muy bueno, lleno de imágenes y capaz de revolver las entrañas
     
    (En el buen sentido)
     
     
    Y ahora Jonás a migrado a las aguas cálidas de La Paz…

  3. ßlanca dijo:

    Jonás, tan suyo como el que más…
     
    Pienso que lo invadió primero el cáncer fueron sus ganas, ya de allí cuandió a los demás.
     
    Un beso, acá también con insomnio desvelado ; )

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